lunes, 18 de febrero de 2019

La evaluación del alumnado versus la calificación de instrumentos [2ª parte]

La referencia que he estado explicando se ha basado en los exámenes. Evidentemente, esto es un instrumento. Hay muchos más: exposiciones orales, murales, diálogos, resúmenes, … y por ¿tradición? Les colocamos una nota. A partir de estos instrumentos obtenemos la calificación final. Creo que no estoy diciendo nada descabellado, ¿verdad?


Sin embargo, a mí me sigue pareciendo que esto no es evaluación, o por lo menos, lo que nos exige ahora nuestra sociedad.
Partiendo de la idea de que la educación debe ser “una preparación para el desarrollo personal, entendido como estar capacitado para la superación de tareas complejas con los recursos que se tengan, aprovechando dichos recursos al máximo” no puedo pensar que la evaluación sea la calificación de un instrumento.
La evaluación debe permitir conocer las capacidades del alumnado para la resolución de las tareas propuestas, tanto el proceso que ha seguido como si el resultado de esa tarea es acorde con lo que se espera de esa persona. Y recalco lo de “esa persona”, ya que no es “el resultado obtenido y comparado con el resto de las personas o con lo que un currículo dice que tiene que saber/hacer porque está en tal nivel de primaria o tiene tantos años de edad”.
Está claro que yo apuesto por una evaluación individualizada y “comentada” con el alumnado.  El uso de instrumentos me van a permitir conocer dicha evaluación.
La obligatoriedad de la emisión de una calificación por trimestres, cursos, etapas,… está recogida en  la normativa actual y yo no voy a decir que no se haga, aunque propugno que se haga desde otro punto de vista estableciendo una lista de prioridades:
Primero: El alumnado es el centro de mi evaluación.
Segundo: No lo comparo ni con el resto del alumnado ni con los grados del currículo.
Tercero: Los instrumentos de evaluación no se califican. Son “instrumentos” que permiten ver el grado de consecución o de logros.
Cuarto: Pongo una calificación (por obligación) acorde a lo que podía haber desarrollado teniendo en cuenta su capacidad.

Calificación
Oye, entonces, ¿dónde metes  los criterios?

Es cierto. En todo este desarrollo no he mencionado las palabras clave que la normativa expresa :“Los criterios de evaluación”.
Los criterios son, dentro de mi planteamiento, una guía para ir avanzando paso a paso en la consecución de las capacidades. Por supuesto, yo no clasificaría los criterios por niveles ni por ciclos. En todo caso, lo haría de una forma lineal donde iría “tachando” lo que cada alumno o alumna ha ido consiguiendo.
En el mercado docente existen varios programas de calificación (evito poner nombres para no dar publicidad). Uno en concreto está creado, auspiciado y sugerido por la propia Consejería. Desde el profundo respeto a los creadores del mismo, me voy a permitir hacer una pequeña crítica al mismo. Uno de los aspectos que más se destaca es que se pueden relacionar las notas que se introducen en las “actividades evaluables” con criterios de evaluación que se hayan marcado para las mismas.
Es decir, si yo he relacionado una actividad con tres criterios de evaluación, la calificación que introduzca a esa actividad se la “lleva” como nota a los criterios.

¿Estamos evaluando?

No, estamos traspasando la nota de un instrumento a un criterio. Seguimos valorando el instrumento usado, sin conocer el grado de desarrollo que se ha tenido en ese criterio o en parte de ese criterio. Seguimos primando la comparación alumnado-currículo antes que el conocimiento del propio alumnado.
Como siempre, intento acabar con una propuesta real: parto de los criterios de evaluación y, mediante rúbricas o listas de cotejo establezco los logros. A partir de esos logros obtengo una calificación personal e individual teniendo en cuenta capacidades propias. Me permitiría lo que realmente es la evaluación y subsidiariamente (entendido como: “Dicho de una acción o de una responsabilidad: Que suple a otra principal”) la calificación.
Cuando expongo esta idea, algunas personas me comentan que así todo el mundo no solo aprobaría, sino que casi todo el alumnado tendría un diez. ¿Cómo le voy a poner a un alumno o alumna que se encuentra en cuarto la misma nota “buena” si no me hace nada, que a otro u otra que no hace nada? A este comentario, que refleja un criterio totalmente calificatorio y comparativo, respondo con una serie de preguntas:
¿Es importante que se dé un número? ¿La clasificación numérica lleva a algo?  ¿Te has planteado las necesidades de ese alumno o alumna, su nivel madurativo y su capacidad?
No se trata de conseguir homogeneidades y de castigar al que no lo consigue, sino de dar herramientas para el completo desarrollo de las capacidades, así como el evitar el aburrimiento que se origina cuando se piensa “yo no soy capaz de hacer esto, así que para qué voy a intentarlo”.  Y dichas herramientas se pueden dar mediante una evaluación, realizada con los instrumentos adecuados, pero no con una calificación dada dicho instrumento (por mucha rúbrica que yo haya realizado del mismo). Si la rúbrica del instrumento tiene la finalidad de orientar y evaluar es perfecta. Si está orientada a la obtención de un número,… dudo de su finalidad.
Por supuesto, toda esta propuesta implicaría un cambio profundo en cualquier etapa educativa: primaria, secundaria y bachillerato. Un cambio de legislación a nivel nacional, con una nueva ley educativa y, a partir de ella, una nueva normativa sobre evaluación en la que se primen la evaluación orientativa, de apoyo, de respeto a las capacidades y en la que desaparezcan las calificaciones “digitales”, entendidas como el uso de dígitos, no de usar la informática (permitidme el chiste fácil).
Familias

Y entonces, ¿qué le decimos a las familias?

Necesaria y obligatoriamente hay que informar a las familias de “cómo va”. Hasta ahora, con la proclamación de un número por área es suficiente, sobre todo si dicho número es superior a cinco, como si la consecución de un número entre el intervalo 5-10 significara que no hay ningún problema y que todo “va bien”. Nada más lejos de la realidad. Un número no dice nada, no nos especifica qué es lo que ha conseguido en concreto o en qué aspectos hay que hacer un poco más de esfuerzo. Reconozco que en las entrevistas entre los docentes y las familias se especifica, casi siempre de forma oral, los logros y las deficiencias, pero estaréis de acuerdo conmigo que lo importante es la calificación. Lo otro son “sugerencias”.
Un paso necesario sería cambiar nuestro modelo de informe a las familias, y establecer uno que recogiera lo que hemos evaluado de una forma competencial, que recogiera aquellas capacidades y logros realizadas durante el periodo contemplado. Por supuesto, me refiero a un informe cualitativo y no numérico.
El gran problema es que una evaluación y posterior informe cualitativo, si bien a las familias les daría una gran visión, no nos servirían para realizar estadísticas comparativas. ¿Tendremos que inventarnos un modelo para seguir clasificando?





Imágenes de la entrada:
Unsplash | Autoría: Dawid Zawilo | Creative Commons
Unsplash | Autoría: Dagon | Creative Commons


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