miércoles, 3 de octubre de 2018

¿Y si cantamos a coro?

Aquí de nuevo, Me voy a creer que soy parte de un curso de animación a la lectura, ya que últimamente estoy publicando con una relativa frecuencia. Disculpadme si me pongo pesado, ¿vale?

Me vais a permitir que esta entrada sea un poco autobiográfica y en cierta forma me salga de la "linea editorial" que sigo, aunque acabaremos llegando a lo mismo.

Pues bien, comienzo.

Yo he pertenecido durante bastantes años a un coro, formado por aficionados, nada de un coro profesional, y en el mismo había componentes de todo tipo.

Está claro que no todos podemos ser tenores o sopranos a la altura de un Pavarotti, Craus, María Callas o Ainhoa Arteta.  En mi caso, ni siquiera tengo voz para tenor, Tras una prueba inicial, para comprobar la tesitura que tenía, me mandaron al grupo de los bajos y me incorporé a ellos sin ningún problema.

La finalidad del coro era la de actuar, eso es evidente, y para ello, había que preparar las obras de cada una de las actuaciones.

Ya he mencionado, que éramos un coro de aficionados y que por lo tanto, la diversidad de personas era increíble.  Si mirábamos la edad, estábamos gente que había cumplido los 18 recientemente hasta personas rondando los 70.  El nivel musical, en cuanto a solfeo (hoy llamado lenguaje musical) también era diverso, encontrando a componentes que no tenían ni idea de lo que era una figura musical, un pentagrama o la clave de sol o de fa, y otros que tenían estudios de conservatorio y casi la carrera hecha.

Por supuesto, teníamos un director, al que llamábamos maestro y una persona que, durante los ensayos nos apoyaba con el piano y al que curiosamente se le llamábamos "maestro repetidor o pianista repetidor".

El proceso que seguíamos era el siguiente:

Primero, el director seleccionaba o recibía las obras que se iban a interpretar (en algunos casos, el coro también actuaba en representaciones operísticas) y trabajaba con ellas. Veía las distintas voces que participaban, ritmos, hacía una previsión de ensayos, pensaba si era mejor las cuatro cuerdas (grupos de voces: sopranos, contraltos, tenores y bajos) en todos los ensayos o si era más aprovechable los martes ensayar sólo las voces agudas y los jueves las graves,... es decir, una planificación en toda regla.

Posteriormente, y dada la diversidad que he mencionado antes, lo que hacía era preparar grabaciones para cada una de las voces, así que la persona que no tenía ni idea de solfeo, simplemente por repetición mediante la audición llegaba a conocer y ser capaz de interpretar la obra. (Entre tú y yo, esto le venía de perlas también a los que más sabían, ya que afianzaban el conocimiento de la obra con dichas audiciones)

En el primer ensayo, repartía a todos los miembros las fotocopias de las partituras (y recalco lo de a todos) y la grabación. También comentaba el análisis que había realizado, y si en algún momento había división de voces y teníamos que hacer un grupo de "bajos primeros" y otro grupo de "bajos segundos", era el momento en que él lo decía.

Ya teníamos la planificación, la organización y el material, así que era el momento de trabajar.

El pianista junto con el director iba tocando y cantando por partes, y los que sabían interpretar la partitura los acompañaban. Los que estábamos un poco más retrasados en eso de leer, lo que hacíamos era pegar el oído a los compis que teníamos al lado y recoger todo lo que se pudiera. A medida que íbamos conociendo trozos, los íbamos cantando, nos uníamos al grupo de los más adelantados y casi nos poníamos a la par. Todo era cuestión de interés tanto de unos por aprender de los otros, como de los otros por aconsejar y corregir a los unos, ya que si yo fallaba en alguna nota, mi compañero por lo bajo me decía: "Quique, ten cuidado que te has quedado un poquito bajo, mira es así", y completaba su comentario con el tarareo o el canto del apartado donde yo había cometido el error. Y si era yo quien se daba cuenta de que no sabía algo, no dudaba en preguntar cómo se hacía.

Nuestro objetivo final era que nuestro producto, lo que íbamos a hacer, saliera lo mejor posible entre todos y todas.

Ensayo tras ensayo, íbamos compaginando nuestras voces para que aquello sonara, al menos, en condiciones.

Si la actuación era del coro completo, cuando llegaba la fecha, nos poníamos "guapos y guapas" y realizábamos el concierto, normalmente con una satisfacción impresionante de ver que "habíamos sido capaces" de hacer un trabajo entre todos y que aquello "sonaba hasta bien".

Por otra parte, si la actuación se realizaba dentro de una ópera, ya teníamos un problema añadido, que era representar la obra al mismo tiempo que se cantaba, en este caso, habiéndose aprendido todo de memoria (fuese italiano, francés o el idioma en el que estuviese la ópera). No os tengo que decir la de ayudas que recibí cuando se realizó la de francés, eso puede dar para otra entrada. Además, el director de escena quería un número concreto de personas, que algunas veces (pocas en realidad) era algo menor del número de componentes del coro.

¿Qué hacía entonces el director? Primero "pelearse" para que todo el mundo pudiese actuar, y si no lo conseguía, hacía una prueba por cuartetos para la elección de los que iban a participar. La elección no se realizaba en base a "los que mejor lo hagan", sino que tenía orientaciones del director musical de la ópera sobre las voces (en cuanto a color, timbre,...) que quería para la representación. Algunos nos quedábamos fuera, pero el gusto de haber trabajado conjuntamente no nos lo quitaba nadie.

Una vez que se había elegido el elenco coral, y comenzábamos el primer ensayo ya en el escenario, el director de escena repartía las acciones que cada uno íbamos a tener.

- Tú en este momento tienes que saltar de la mesa al escenario, tú subes por la escalera, tú permaneces sentado en la silla y te giras cuando Madame Butterfly comienza su solo,...

Ya os imagináis que a la persona con más de 60 años normalmente no lo ponía a saltar de la mesa, y si tenía algo que le impidiese hacer un movimiento, lo elegía para ser el personaje sentado. Al joven lo ponía a saltar,... Adaptaba la escena tanto a la previsión que ya tenía realizada como al integrante del coro.

Tras la representación, evidentemente, todos más contentos que unas pascuas y deseando que llegara la siguiente. Todos habíamos participado en los ensayos, en la representación, en la ayuda entre nosotros mismos. Todos habíamos estado activos, recibiendo y aportando al grupo y a las personas con el objetivo de lograr, no sólo el producto final que era la representación o el concierto,  sino la autoestima necesaria para decir "Yo lo he conseguido y voy a por otro"

¿Y si esto lo trasladamos al ámbito educativo?

¿No os suena a trabajo colaborativo, cooperativo, adaptaciones personales, DUA, inclusión...?

Y si ya contamos con el apoyo de una buena orquesta,.. apaga y vámonos (Sen entiende por orquesta, una referencia a las distintas administraciones educativas que existen, aclaro por si acaso)












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