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jueves, 31 de mayo de 2018

Caminando hacia la utopía: Evaluación, autoevaluación y coevaluación.

Seguimos camino de la utopía, y nos encontramos con una nueva etapa: La evaluación.

Es curioso que, si buscamos la palabra evaluación en el diccionario de la RAE, encontramos una segunda entrada que nos ofrece la siguiente definición: "Examen escolar". Creo que es un síntoma más de la profunda creencia de la igualación entre estos dos términos. También podemos buscar el verbo "evaluar", y en este caso nos ofrece la siguiente definición: "Estimar los conocimientos, aptitudes y rendimiento de los alumnos". Bueno, esta segunda acepción ya se parece algo más a aquello que yo defiendo, pero sin exagerar.

La evaluación debería consistir en el conocimiento real del proceso de consecución de capacidades que desarrolla el alumnado y que permita el planteamiento de nuevos retos a conseguir dentro de esas mismas capacidades que se tengan. Es decir, partiendo del conocimiento que el docente posea del alumno o alumna, de los retos que le hayamos planteado de acuerdo con su nivel madurativo, ver el grado de consecución y de avance que se tenga.

Hay tres aspectos que debemos considerar para la evaluación: los criterios que marca la normativa actual, los instrumentos de evaluación que podamos usar y la evaluación del proceso. Los dos primeros están más enfocados al alumnado, y el tercero corresponde más al profesorado.

Vamos con el primero: Los criterios de evaluación.


A partir de la normativa que cada administración educativa tenga, entiéndase, comunidades autónomas, países, regiones, ... se habrán fijado unos criterios de evaluación relacionados con "estándares", con "indicadores" o algo similar.  Los criterios no son más que la redacción de aquello que se espera que el alumnado consiga o alcance en un determinado ciclo, nivel y/o periodo de tiempo. Está claro que nos pueden servir de guía, pero nunca, y repito lo de nunca, nos deben servir como excusa clasificatoria.

La comparación y clasificación en el ámbito educativo está tan enraizada que necesitaríamos una máquina retro-excavadora para poder erradicar dicha idea. Ayer mismo, hablando con una madre (me vais a permitir que me invente nombre y apellidos) me comentaba "Es que Adriana es de la familia de los García, mientras que Pablo ha salido a los Pérez". Me decía esto con referencia a que la niña era más estudiosa y más responsable, y era capaz de desarrollar sus tareas ella sola, mientras que el niño necesitaba el apoyo de uno de los padres para la realización de las mismas, no porque no supiese hacerlas, sino porque era "muy vago". Con esta anécdota sólo quiero mostrar que incluso en el ámbito familiar nos encontramos la clasificación y comparación. Punto y aparte.

En todo el ámbito social se evalúan las acciones que se realizan. Las empresas evalúan sus resultados comerciales y de acuerdo a ellos se plantean nuevos retos, que la mayor parte de las veces no es otro que una mejora en la obtención de beneficios. Los partidos políticos evalúan su influencia en la ciudadanía y se plantean nuevas estrategias para sumar votos y así alcanzar tal o cual puesto o ser "presidenta de" o "alcalde de".  Está claro que la evaluación de lo conseguido y de los procesos que permiten dicha consecución es totalmente necesaria.

En el ámbito docente ocurre los mismo que en los ejemplos anteriores (salvando las distancias, claro está).

El establecimiento de criterios que nos sirven para evaluar al alumnado es necesario. Lo que no es tan necesario es encajonar dichos criterios por niveles, ciclos o etapas. Esa división, a mi parecer tan ilógica e irrespetuosa con el alumnado, es totalmente superflua.  Si un alumno o alumna no "supera" unos criterios establecidos para un nivel ya tenemos que pensar en hacer una adaptación del currículo, llegando al caso de. como dice mi compañero Antonio Márquez en su blog "estamos apartando al alumnado del currículo para trabajar aspectos que son necesarios para alcanzar el currículo".

No se trata de adaptar al alumnado al currículo, sino de adaptar el currículo a las necesidades y capacidades del alumnado. Esa misma frase me la he encontrado ya en muchas ponencias, conferencias y blogs. (Evidentemente, no es mía, pero la asumo como propia).

Pasa lo mismo con los criterios. No se trata de adaptar al alumnado a los criterios establecidos para tal o cual nivel, sino tener como referencia los criterios para ayudar a evolucionar y mejorar. Esta idea rompe con taxonomía nivelar de los criterios. Es más el establecimiento lineal de los criterios acorde a las capacidades del alumnado que a la idea de "hasta aquí tienes que llegar como mínimo para aprobar".

Este establecimiento lineal de criterios de evaluación que se propone respetaría a todo el alumnado. Si en el currículo se "propone" que un alumno o alumna en el primer ciclo de primaria sepa resolver situaciones problemáticas con sumas y restas, sin multiplicaciones ni divisiones, y tenemos alumnado que "estando en segundo" es capaz de resolver situaciones problemáticas con multiplicaciones ¿le vamos a cortar las alas? Por supuesto que no.  De este planteamiento surge la necesidad de un currículo flexible.

Pero nos estamos desviando del tema. ¿Cómo se aplica toda esta argumentación a la evaluación por criterios? Pues de una manera sencilla: A partir de los criterios establecidos vamos analizando los logros y dificultades individuales, planteándonos la forma de solventar carencias personales.

Segundo aspecto: Los instrumentos de evaluación.

Actualmente está muy en boga el establecimiento de rúbricas. Podemos hacerlas de los instrumentos que usamos, de los criterios de evaluación, ... de todo aquello que sea susceptible de hacerlas en el ámbito educativo.

Pero bien, ¿qué es un instrumento de evaluación? Lo podemos definir como aquella herramienta que nos permite ver el logro, el proceso o la capacidad de resolución que se ha tenido en el desarrollo de una actuación.

Instrumentos hay muchos: exámenes, exposiciones orales, lecturas, cuestionarios, ... realizaciones de trabajos de investigación, ...  No voy a entrar en la validez o no de cada uno de ellos,  o en la calificación positiva o negativa.  Sólo quiero reflexionar un poco sobre ellos.

Cualquier instrumento de evaluación es válido cuando me devuelve la información que le solicito.  Si mi planteamiento es saber si el alumnado reconoce los números "hasta el 99" puedo usar una prueba escrita, o una herramienta digital tipo kahoot o plickers.  Si el planteamiento es saber cuántas palabras por minuto lee un alumno o alumna en concreto, me cojo cronómetro y lectura. En el caso que quiera analizar más profundamente algo, como por ejemplo, la realización de una exposición oral, puedo hacer una rúbrica que contemple desde el volumen de la voz hasta la postura corporal, pasando por el conocimiento del tema que se haya demostrado. Para cada finalidad debo tener estrategias de uso de dichos instrumentos. Pero es más, dicha estrategia debería contemplar las individualidades del alumnado y la finalidad del instrumento.

Me imagino un alumno o alumna que siente, no pánico, sino terror escénico, y que va a realizar una exposición oral delante de sus compañeros.  Si lo que nosotros pretendemos es evaluar el grado de conocimiento sobre el tema que va a exponer, evidentemente no es el instrumento más adecuado. Probablemente si le hacemos un "control oral" cara a cara, nos demuestre su sabiduría. Si por el contrario, lo que queremos es saber cómo se desenvuelve para poder ayudar a quitar ese miedo, sí nos serviría una rúbrica establecida para esa exposición a sus compañeros. Evaluamos, mediante el instrumento que pensemos, para mejorar lo conseguido y establecer nuevos retos, así como para ayudar en la propia superación del alumnado.

El último aspecto: la evaluación del proceso.

La propia evaluación debe ser evaluada.  Cómo hemos conseguido los datos de información individualizada del alumnado, de si los instrumentos han sido los correctos para cada uno de los aspectos evaluados, o del planteamiento de nuevos retos, deben entrar en la consideración personal.
El docente debe autoevaluarse de acuerdo a esos criterios propios (ya no estamos hablando de currículo) y proponerse nuevas metas.

En el título mencionaba dos términos más: autoevaluación y coevaluación. La autoevaluación del docente ya la he mencionado en el párrafo anterior.

El alumnado debe también ser partícipe de su propia evaluación. Todos, alguna vez en la vida, hemos hecho una lista de propuestas personales, (esas intenciones que cada mes de diciembre hacemos con el título de "el año que viene voy a ...") y que vamos tachando las distintas líneas a medida que vamos consiguiendo. ¿Las tachas tú? o, ¿hay alguien que las vaya tachando por ti? Normalmente nosotros mismos vamos tachando lo que vamos consiguiendo, y eso supone un subidón de autoestima. Ocurre lo mismo en el ámbito del alumnado. Si tenemos una lista de retos y vamos tachando aquellos que vamos consiguiendo, el sentimiento de orgullo propio es inmenso.

Me diréis, y con razón, que eso se puede plantear en alumnado un poco más mayor, un alumnado que no se encuentra en los niveles más inferiores de la jerarquía de cursos y/o niveles. Es cierto, pero a ese alumnado le podemos ayudar a realizarla y así vamos sembrando el camino de la autoevaluación.

Por último, el concepto de co-evaluación. Planteo este término desde dos aspectos. La co-evaluación entre discentes y la que se puede hacer entre docente-discente.

El primer aspecto, entre el propio alumnado. Dentro de nuestro desarrollo de actividades, resolución de retos, trabajo por proyectos,... es seguro que habremos establecido alguna metodología grupal en la que se realice trabajo colaborativo y cooperativo. Si es así, podemos proponer un instrumento de evaluación en el cual cada miembro del grupo exprese su opinión sobre ciertos aspectos que al profesorado le interese: participación, resolución de las tareas encomendadas, aportaciones, cumplimiento de plazos,... Esto implica que cualquier miembro del grupo tiene que acostumbrarse a poder ser criticado por el resto, a aceptar las críticas y a hacer una "propuesta de enmienda" en su caso. Son los propios compañeros los que están ayudándose entre sí.

Por último, la evaluación docente-discente.  A menudo pensamos que el profe o la profe tiene la sapiencia universal, y que conoce perfectamente al alumnado. Puede ser, no digo que no,  pero hay muchas veces que el diálogo entre el alumno o alumna con el profe puede dar muchas pistas para pensar en cómo abordar nuevas actividades.  Preguntas como: ¿qué te ha pasado en esta actividad? ¿Te ha gustado hacer esto de esta forma? ¿Tú crees que has conseguido...? son totalmente necesarias.
Yo no me puedo quedar en un estatus superior diciendo  "este alumno ha fallado en esto por tal causa", o, "este alumno ha disfrutado haciendo tal o cual actividad" porque yo tenga esa impresión. En el intercambio de opiniones hay una riqueza impresionante que estamos desaprovechando si no dialogamos.

Si habéis llegado hasta aquí leyendo, quiero primero daros las gracias, y segundo hacer una observación: No he hablado nada de calificación, no era el tema de esta entrada. Si os apetece os emplazo para el último paso hacia la utopía en el que hablaremos de ello.














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