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martes, 5 de junio de 2018

Caminando hacia la utopía:"La calificación"

¿Os suena la frase "fracaso escolar"? ¿Y la frase "Mi hijo/hija ha aprobado todo"?

Hace unos días que escuché, en boca de una amiga, la frase:" Mi hija se ha quedado la sexta en la lista de propuestas a premio de bachillerato. Van a proponer a cinco personas y ella por unas décimas se ha quedado fuera de esa propuesta. Tiene un sentimiento de culpa bastante gordo por no haber sacado un poco más de nota y haber entrado entre las cinco mejores".

No me digáis que no os da lástima. No por la niña, que también, sino porque es incongruente con una sociedad en la que deberíamos fomentar la colaboración, la integración y el respeto a la personalidad de cada uno.

Mucho me temo que, las notas para la propuesta de ese premio al bachillerato se haya obtenido a partir de los "numeritos" conseguidos como resultados de exámenes, trabajos, etc donde lo importante haya sido "demostrar conocimientos", regurgitar contenidos aprendidos memorísticamente o la aplicación de los mismos en situaciones fuera de contexto sin que existiera el requisito de una inferencia práctica de los mismos.

Me vais a permitir que os cuente una anécdota que me ha producido alegría y tristeza al mismo tiempo. Soy muy dado a mezclar lo personal con lo profesional.

Hoy, volviendo de una sesión de formación en un cole, estaba esperando a que el semáforo me permitiera cruzar la calle cuando se para una "motillo", y el conductor se quita el casco. Inmediatamente reconozco la cara como uno de los alumnos que tuve hace ya unos años. La pregunta surge inmediatamente de su boca: Enrique, ¿te acuerdas de mí? Fui sincero, le dije que de su cara sí, aunque no de su nombre. Tras identificarse, ya comencé a preguntar qué era de su vida. Primera frase lapidaria que me suelta "trabajando sin estudiar". Al ver mi cara se explica un poco más. "El inglés, que no me entraba, y eso que tuve hasta clases particulares, pero es que mi cabeza no estaba preparada para eso." Y va el muchacho y suelta la segunda frase:" El único inglés que aprendí y que aprobé lo hice contigo, el sistema de los demás no iba conmigo, siempre eran notas malas,  y aunque yo me esforzaba, nunca conseguía el cinco".

A partir de ese momento he tenido una doble sensación totalmente contrarias. Por una parte, recibir ese halago, y por otra parte, la que duele, es ver en primera persona una frustración debida a una mala evaluación y una pésima calificación. ¿Sería esto lo del "fracaso escolar"?

¿Y qué me decís de la segunda pregunta con la que he comenzado? La tranquilidad que les da a los padres y madres cuando ven que en las distintas áreas hay un número comprendido entre cinco y diez y el tutor o tutora les comenta que va a "pasar de curso" y que "el año que viene estará en ...". Los padres de ese alumno de la anécdota no se llevaron esa alegría.

Antes de comenzar con el desarrollo en sí de la entrada quiero dejar bien claro que mi visión personal es totalmente contraria a la calificación, y por lo tanto, si seguís leyendo os daréis cuenta que lo que hago es una crítica y una propuesta para la desaparición de la misma. Estamos caminando hacia la utopía, ¿no?, pues propongamos pasos.

En mi anterior entrada, dedicada a la evaluación, ya exponía que había que cambiar el modelo de la misma.  También proponía un informe a las familias que fuese distinto, y que recogiese más los logros individuales del alumnado que la calificación.

Vamos al lío.

Según la RAE, (ya estaréis acostumbrados a que siempre comience igual), calificar es "Juzgar el grado de suficiencia o la insuficiencia de los conocimientos demostrados por un alumno u opositor en un examen o ejercicio".

La definición nos ofrece el punto clave: "conocimientos demostrados".  Si en un primer momento podemos pensar que esas dos palabras son las mismas que se pueden utilizar en nuestra evaluación, hay una cosa clara, la demostración para la calificación se traduce en un número que comporta unas consecuencias posteriores acordes al valor del mismo.

El uso de los números, en la sociedad actual (no ya en el ámbito docente, sino en general) se establece con dos fines, dependiendo de si usamos los números cardinales o los ordinales. Los cardinales nos sirven para contar, los ordinales para ordenar. Acabo de expresar una redundancia. Es cierto, es una redundancia pero es imprescindible tenerlo claro para seguir la argumentación.

Los números cardinales, los de contar, aparte de servirnos para numerar la lista del alumnado de una clase, en el ámbito de la evaluación nos sirven para clasificar al alumnado de acuerdo a unos conceptos establecidos, llámense como queramos denominarlos, a los que tenemos que hacer caso para una homogeneización del alumnado. Si llegas a este nivel, que es el que está establecido para el nivel y/o curso y/o edad, tienes un valor positivo, en caso contrario te pongo una mala nota y te castigo, que  en el ámbito docente suele concretarse con la repetición, y en el ámbito familiar con quitarte de tal o cual actividad que te hace sentir bien.  La potencialidad del alumnado queda apartada. El desarrollo madurativo, el tener en cuenta sus intereses, o simplemente el buscar recursos para que no se aburran, queda a un lado.

La calificación es la implementación de un currículo aséptico donde la norma pasa por encima del alumnado.

El segundo tipo de numeración, el ordinal, nos marca un orden. Orden. Esa es la palabra clave, y sobre todo en los niveles de bachillerato, donde la competición es una asignatura más. "Necesito una buena nota para tener una media estupenda que me permita subir la nota en la prueba de acceso a la universidad". La nota, tanto en el bachillerato como en la prueba de acceso, va a tener como resultado la ordenación en una lista de la cual "sólo los mejores" van a conseguir entrar en los estudios que ellos y ellas desean hacer.  Pero, ¿realmente son los mejores? o, ¿son los mejores en reproducir contenidos aprendidos de memoria? "That is the question".

Permitidme un ejemplo. Todos conocemos o hemos oído hablar de alguna persona que en su familia hay alguien con una enfermedad de las denominadas "raras", y que expresa su intención de convertirse en médico o investigador de la misma, pero que sus "calificaciones" no dan para entrar en la carrera de medicina. Es un caso claro donde un número corta totalmente una motivación fuerte de una persona. ¿A eso no se le llama frustración?

Realmente no puedo pensar en aspectos positivos de la calificación. Supongo que haberlos, haylos, como las meigas gallegas.

Sé que la normativa actual impone la calificación, lo mismo que también lo hace con el establecimiento del currículo por etapas y/o niveles, y que establece unos "estándares" evaluados mediante una prueba (las famosas reválidas que se han cambiado por pruebas finales de etapa en sexto de primaria y cuarto de secundaria). Pues bien, ya que estamos obligados a realizarla, y que no podemos cambiar nada hasta que una nueva ley aparezca (y esperemos que aparezca pronto), y que se recoja el valor del alumnado sobre el valor del currículo, con una inclusión real, ... (¿será esto la lista de los deseos que se hace a los reyes magos y que después traen otras cosas no pedidas?) vamos a intentar adaptar nuestra calificación NO al currículo, sino al alumnado con el que convivimos muchas horas.

La calificación debe estar en base a los logros del alumnado teniendo como referencia sus propias capacidades, su capacidad de desarrollo de las actividades y retos que propongamos mediante una metodología en la que se implique de tal manera que le resulte atractivo su propio aprendizaje.

Si es así, acabaríamos con el "fracaso escolar", con el absentismo, con la frustración de los números, con el abandono,  con ...

Quiero acabar esta serie de entradas agrupadas con la denominación de "Caminando hacia la utopía" con una sola frase: "Cuando algo me interesa, lo investigo, recurro a los recursos que puedo y acabo por implicarme en mi propio aprendizaje. Y si me surgen problemas, seré capaz de aplicar lo que sé, y si no lo sé, seré capaz de encontrar las herramientas y hacer uso de ellas para conseguir superarlos".

Aunque la utopía siga en el horizonte, y sepa que no voy a poder alcanzarla, no va a hacer que me quede parado a ver cómo se pone el sol, ya buscaré el camino mejor para poder recorrer y ver la salida de la luna.























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